Contar hasta diez

Todos hemos tenido momentos de enfado. Cuando un conductor te hace un adelantamiento indebido, cuando pierdes el autobús por los pelos, cuando suspendes un examen o cuando te dicen algo que no quieres oír… es lógico enfadarse un poco. Para la mayoría, el enojo es una breve emoción que sacude nuestro equilibrio emocional; pero por supuesto la vida continúa y nos olvidamos del incidente hasta la próxima.

Sin embargo, para unos pocos, esas situaciones se convierten en un catalizador de reacciones exaltadas e incluso violentas. En lugar de ser una emoción transitoria algo incómoda, el enfado se convierte en ira.

Ser de esos a los cuales “no se les puede hablar” o que tienen “muy mal genio” ni es gracioso ni es divertido. Es un problema que poco a poco hará que los demás te dejen de lado, o simplemente dejen de hablarte o llamarte.

Nadie quiere a un Hulk a su lado.

hulk

Lee la lista que sigue y fíjate si te reconoces:

  • Reaccionas irracionalmente a los pequeños contratiempos. Te agarras un cabreo descomunal porque no hay pan de hoy, no encuentras algo, la cerveza está caliente, está lloviendo y no puedes ir a la playa como habías planeado o tu hijo te mancha la camisa durante el desayuno.
  • A veces no sabes ni porqué estás enfadado. Si te preguntan qué te pasa, peor.
  • No se te puede hablar; ni siquiera escuchas lo que se te dice.
  • Dices cosas de las que luego te arrepientes. En esos momentos, cualquiera que te hable se va a llevar una contestación de las buenas.
  • Tú mismo alucinas con los cabreos tontos que te coges, o lo iracundo que te pones.
  • Tu esposa te pide que bajes al perro en lugar de ver el partido que quieres ver. Así que el pobre perro paga el pato de tu mal genio y lo llevas a tirones.
  • Tiras cosas contra la pared, pegas puñetazos o agujereas la puerta de una patada.

A veces estas reacciones están relacionadas con la intolerancia a la frustración (equivalente a la rabieta de un niño malcriado pero ya de edad adulta) o con la incapacidad de transmitir de forma razonada tus sentimientos; lo que ahora se llama asertividad.

Si sois de esos, os pido que hagáis el siguiente ejercicio:

Supongo que notaréis cuando estáis entrando en ebullición, que el cabreo os está superando. Es entonces cuando debéis hacer un ejercicio mental muy sencillo:

Debéis imaginaros a vosotros mismos mirando la escena, desde lo alto (encima del frigorífico si en la cocina, encima de un árbol si es en la calle o colgando de la lámpara si es en el salón) y preguntarte:

¿Te gusta lo que ves? ¿Sirve para algo?  ¿No puedes parar de hacerte daño y a los que te rodean? ¿Realmente te da igual?

Observarse a sí mismo sirve para tener una mejor conciencia de qué nos pasa. Es muy distinto estar iracundo, sin más, a estarlo pero dándose uno cuenta de que lo estás, es decir, teniendo una conciencia auto-reflexiva que nos dice: «Ojo con lo que haces o dices, que estás muy enfadado».

Hace ya más de veinticinco siglos, Tales de Mileto afirmaba que la cosa más difícil del mundo es conocerse a uno mismo. Y en el templo de Delfos podía leerse aquella famosa inscripción socrática – Gnothi seauton: conócete a ti mismo–.

Conocerse a uno mismo – y de forma sincera – es un reto mayor. Representa el primer y más importante paso para dirigir uno mismo su propia vida.

La observación de uno mismo permite eliminar algo de nuestra subjetividad, para así vernos con un poco de distancia (“desde la lámpara”), como hace el pintor de vez en cuando para observar cómo va quedando su obra.

Vernos a nosotros mismos actuar de forma irracional nos va a dar la oportunidad de sobreponernos y no quedar a merced de la ira. Buscando un símil con el adiestramiento canino, es equivalente al toque en las costillas que se le da al perro para desviar su atención y desenfocarlo de lo que le obsesiona. Al perro hay que ayudarle, nosotros debemos ser capaces de hacerlo por nosotros mismos.

Esta entrada, por razones evidentes, no va dedicada a nadie. Pero si dirigida a unos cuantos.

 


2 respuestas a “Contar hasta diez

  1. Joroba German no sabes cómo das en la tecla. Me describes a alguien que me toca. La pena es cuando ese tipo de persona tiene un ego tan grande que no cabe la autocrítica. …

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