Beber, como todo en esta vida, es cuestión de estilo. Se puede beber – o no beber – de cuatro maneras:
- Hay quienes beben como cosacos, frenéticamente. Como se sabe, su objetivo es saltarse los estadios iniciales de una buena borrachera y llegar al último lo más rápido posible. Es decir, quedarse tirado e inconsciente como un turista adolescente en Salou o Mallorca. No tiene ninguna emoción ni valor añadido. Es propio de culturas poco desarrolladas.
- Luego están los que no beben. Ni gota. De esos más vale alejarse. Se aprovechan de tu euforia para burlarse de ti o hacer que pagues la cuenta mientras sonríen de manera indulgente. Eso cuando no intentan sobrepasarse y meterte mano.
- Luego están los más divertidos y que nunca entendí: con una copa de vino ya están ciegos perdidos, dando tumbos o vomitando.
- Por ultimo está esa forma de beber tan vasca, propia de culturas avanzadas. Hay que beber poco a poco, con esa sabia mezcla de vino y comida (vino, sí, sólo vino): pintxos y txikitos. Los andaluces tienen también una forma de beber muy civilizada, en las Ferias. Sustituyen el tinto por fino o manzanilla y los pintxos por pescadito frito, gambas y jamón. Las dos versiones son aceptables. La fiesta tiene que durar horas.
Como ahora vivo en Portugal propongo llamar a esa forma de beber “bebe devagar”. O lo que es lo mismo, bebe lentamente, despacito,…. “devagarinho”.
¿Por qué hay que beber despacio? Muy sencillo: es una droga y como tal hay que controlarla. Los países del sur de Europa están en el punto medio, el exacto. Mientras que al norte solo saben quedar inconscientes tras ingerir alcohol de forma descontrolada, los de más abajo – el mundo islámico- lo tienen prohibido.
Después de esta larga introducción veamos los seis estadios de una borrachera y por qué jamás debemos ir más allá de la segunda fase, la llamada “Exaltación de la Amistad”. O como mucho de la tercera, “los cánticos”.
La primera etapa se suele alcanzar a la segunda copa de vino. Se significa por cierta verborrea, empiezan las risas algo descontroladas, todo te hace gracia y nos interrumpimos unos a otros. Todo el mundo quiere hablar. Es la fase de la desinhibición. Bailas preservando el sentido del equilibrio. Todavía te das cuenta de lo que haces.
La segunda es la que más me gusta. Todo el mundo es bueno. Los que te acompañan son estupendos, divertidísimos y generosos. Es la “exaltación de la Amistad”. Ya llevas unas cuatro copas de vino, casi una botella.
Hasta aquí, perfecto. Te despides y te vas a dormir o te tomas tu tiempo y dejas de beber un buen rato.
Si no te logras controlar, empiezan los cánticos. Muy propio de Euskadi. Es la tercera fase. A veces entran lloreras, especialmente entre las mujeres. Estás eufórico y te crees Superman o Robert Redford (Brad Pitt, para los más jóvenes). Es el momento de las proezas físicas con sus caídas absurdas (aparición de moratones de origen desconocido al dia siguiente) y del ligoteo infructuoso.
Casi simultáneamente empieza la cuarta fase a poco que bebas. En realidad eso crees tú, porque ahora es cuando bebes sin darte cuenta, incluso de los vasos ajenos. La lengua se te traba un poco. Tus chistes ya solo los entiendes tú y nadie se ríe. El humor empieza a cambiar. Tu verdadera personalidad asoma: comentarios mordaces, te da por decir “tus verdades”, etc. Resoplas. El sentido del equilibrio flaquea. Peligro: es el momento de las peleas. Pide ayuda y retírate en un taxi o eres carne de cogorza.
Si sigues entras en las fases quinta (vas dando tumbos, hablas fatal, todo te da vueltas) y sexta (estas muerto, desmayado en una esquina).
Dedicado a mi amigo Juan A., a quien por primera vez oí eso de la “Exaltación de la Amistad”.