Ayer viernes día 13 de Noviembre más de 120 personas fueron asesinadas en Paris durante varios atentados terroristas. Quién lo hizo es lo de menos. Son demasiados siglos de maldad.
Lo que me gustaría saber es el porqué, y como evitar que algo así pueda repetirse.
Cuando me refiero a siglos de maldad se me vienen a la mente los hutus y los tutsis, los bosnios, serbios y croatas, los judíos y los nazis y ahora los palestinos, la inquisición, Camboya y los jemeres rojos (ver foto), las purgas de Stalin, la Revolución Cultural China, guerras civiles como la española, la esclavitud o las bombas atómicas usadas contra los japoneses. La lista es tan larga que estremece y avergüenza.
Lo primero que hemos de reconocer es que la maldad es intrínseca al ser humano. No es divina, ni existe el diablo: el diablo está en nosotros. El que no haya tenido un mal pensamiento que deje de leer estas palabras. Está entre ese muy pequeño porcentaje de personas buenas por naturaleza, genética, educación y entorno social.
Gracias a la ética, religión, moral o como quiera que queráis llamarlo el ser humano ha creado la civilización, códigos de conducta, de forma que podamos defendernos de nosotros mismos. En el fondo, evitamos actuar como los perros en cuyo primer encuentro siempre se establece quien es el dominante. Si no hay acuerdo tácito, hay pelea.
Pero esto no explica comportamientos de grupo, masas soliviantadas contra un grupo específico (gitanos, judíos, bosnios, negros, me da igual cual) o regímenes políticos haciendo purgas con un coste de millones de seres humanos con la aquiescencia del resto de los habitantes.
Leí hace mucho tiempo un libro muy esclarecedor: “Eichmann en Jerusalén” cuyo subtítulo contenía la ya famosa expresión “la banalidad del mal”. La periodista y escritora de origen judío Hannah Arendt relató el juicio contra el Oficial de las SS Adolf Eichmann, uno de los responsables del genocidio judío. El libro nos viene a explicar que Eichmann, un tipo gris, calvo y miope se convirtió en asesino de masas por encargo, no por vocación. Fue un funcionario ejemplar, que obedeció órdenes, organizando de forma perfecta el transporte de los judíos a los campos de concentración.
Estas ideas que ya tienen más de 50 años fueron evidenciadas con el experimento de Milgram, coincidente en el tiempo. El resultado del experimento es devastador: ciudadanos normales y corrientes eran capaces de poner en riesgo a otro solo porque se lo ordenaban. Para que os hagáis una idea, los participantes daban descargas eléctricas a unos desconocidos, y aunque podían oír sus gritos y ruegos, un 65% de los participantes seguía haciéndolo hasta los ¡450 voltios! El experimento se ha reproducido en muchos países y en años posteriores y los resultados son similares.
A esto le podemos añadir el efecto de la propaganda. El nazi Joseph Goebbels fue un maestro. Con dos de sus frases más celebres podemos acabar este escrito:
“Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad.”
“La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.”
La propaganda aplicada a cualquier evento o idea o etnia puede elevarlos a los altares, estigmatizarlos o quemarlos vivos. Da igual el propósito. Si el grupo de personas a los que se le aplica la propaganda (adoctrinamiento) son niños o adolescentes, ya tenemos el perfil de los que llevaron a cabo el ataque terrorista de Paris.
Conclusión: lo único que nos queda somos nosotros mismos y nuestro propio pensamiento crítico. ¿Es cierto todo lo que me cuentan?