Nuestros avestruces políticos

A nadie le gusta hacer frente a problemas.

Los problemas con los que hemos de lidiar están hechos a nuestra medida. Si son personales, son tuyos e intransferibles, y si son laborales, te toca lidiar con él o lo elevas si no tienes capacidad de decisión o ejecución (por ejemplo, gastar por encima de la cantidad que estés autorizado, echar a alguien, etc.). Para eso están los jefes.

A veces el asunto o es complicado, o te toca hacer de malo, o no te gusta, o tiene sus riesgos o simplemente no sabes por dónde empezar.

¿Qué haces? Lo niegas, como los avestruces, o procrastinas, o sea, le das una patada a seguir, como en rugby. Patapúm palante, que decía Javier Clemente. Ya se verá lo que hacemos cuando caiga otra vez la pelota…pero alfinal lo tienes que resolver.

Cuando estás en el gobierno no tienes jefe a quien trasladar el problema. Cuando la cosa se pone seria o echan la culpa al gobierno anterior si era de distinto color, a la gente por gastar demasiado (el PP con las crisis del 2007 y 2009), a “Europa” los Le Pen y demás fascistoides o a los bancos rescatados (sobre todo la izquierda, cuando los rescatados fueron las cajas de ahorro gobernadas por los políticos y aliados, como sindicatos y demás concubinas). Si no hay culpable evidente, la fórmula Clemente: patapúm palante. No hay problema…

Si estás en el gobierno y te viene un Prestige o el COVID-19, ¿A quién le echas la culpa? ¿A los barcos? ¿A los virus? Son riesgos aceptados, que sabemos que están ahí; por eso hay planes de contingencia cuando las cosas se tuercen. No hay culpables: hay que responder. Pero no así…

Cuanto más lo pienso, más se parecen las respuestas al Prestige y al COVID-19.

Primero se niega (está todo controlado, no hay riesgo); luego se minimiza (son pocos casos y solo afecta a los viejos); y luego cuesta un dineral. Lo del Prestige (más de 2 mil millones de €) va a ser calderilla con lo que va a costar el COVID-19.

Una de las pocas cosas que he aprendido a la hora de lidiar con emergencias – después de más de 20 años en el negocio – es que:

Primero – no se debe asumir ni suponer nada. Hay que contar solo con los hechos o con lo poco que sepamos.

Segundo – en base a esos hechos, ponerse en lo peor.

Tercero – no hay que tener miedo de trasladar, como técnico, el peor escenario factible a los que han de tomar las decisiones. En los casos mencionados, el gobierno de turno.

El 13 de noviembre de 2002 el Prestige tuvo un problema estructural y al poco presentaba una escora importante. El buque quedó sin máquina y derivaba rápidamente hacia la costa.  Se le dio remolque, milagrosamente, a unos 8 km de la costa después de estar derivando durante unas 20 horas. Hubo de vencerse la negativa inicial del Capitán, trasladar por helicóptero tripulantes de los buques de salvamento al barco, poner en marcha generadores del buque, preparar y por fin realizar la maniobra. Serviría de ejemplo para los servicios de salvamento de otros países si no hubiese tenido un final tan desastroso.

El Prestige la tarde del 13 de Noviembre del 2002

No soy capaz de entender ni mucho menos explicar lo que ocurrió entre ese momento y su hundimiento el 19 de Noviembre, cómo el buque fue deteriorándose, perdiendo fuel (más de 60.000 toneladas) y porqué y cuando se tomaron decisiones. Pero visto lo que ocurrió, el éxito de la operación de remolque derivó en el desastre posterior. No se puede escupir contra el viento. La otra opción – llevarlo a un lugar de abrigo, una ría gallega o un puerto – hubiese supuesto también un desastre ecológico, pero posiblemente menor.

Para que nos hagamos una idea de la contaminación, esta es una imagen de satélite de la Agencia Espacial Europea tomada el 20 de Noviembre del 2002. En la esquina inferior izquierda es donde se hundió el Prestige. La mancha negra es el fueloil. Ese fueloil llegó a la costa, gallega, cantábrica y francesa. Esa imágen es una imagen radar, detectándose el hidrocarburo por el efecto del mismo sobre la superficie del mar: donde hay fueloil, no hay olas (la reflexión a la señal radar es distinta). Como curiosidad, los puntos brillantes son barcos.

La cantidad de frases gloriosas que hubo entonces no tiene parangón: Álvarez Cascos (el que mandó el barco al quinto pino), el subdelegado del gobierno, luego Director de la Guardia Civil Fernández Mesa (“no hay marea negra”) y Rajoy, que tuvo que ponerse al frente del desastre que dijo “el fuel se solidificará” al hundirse el buque y luego tuvo que decir que “salen hilillos en estiramiento vertical”. Frases equivalentes las podemos encontrar desde el inicio de esta historia del coronavirus («En España ni hay virus, ni se está transmitiendo, ni tenemos ningún caso» se dijo en rueda de prensa el 24 de Febrero, cuando luego se supo que hubo un fallecido por el virus el 13 de Febrero), y otras el pasado fin de semana cuando se dudaba sobre la conveniencia o no de celebrar eventos deportivos, mítines o manifestaciones, sobre todo la del 8-M, con 120.000 personas desfilando por Madrid.

Una semana después, estado de alarma y todos en casa. Me remito al punto segundo mencionado al principio de la entrada.

Dedicado a Pedro y Pablo, los del gobierno, no los Picapiedra. O a Begoña Gómez e Irene Montero, sus partenaires, ambas infectadas por el virus.


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