Cuando el cromosoma 21 en lugar de duplicarse se triplica, tenemos un caso de síndrome de Down.
Los niños con este síndrome están desapareciendo sobre todo en los países desarrollados. Antes, hasta hace bien pocas décadas, se estima que 1 de cada 700 niños nacían con este síndrome. Era habitual verlos por la calle. Hoy no veo ninguno.
El síndrome de Down afecta a todas las razas y pueblos el mundo, así se pueden encontrar figuras con dicho síndrome en piezas prehispánicas en América, o en pinturas como la de abajo (fijaros en el niño de la izquierda, abajo, de Jan Joest, 1515):

Pruebas como la amniocentesis son capaces de detectar esta anomalía genética, entre otros “defectos”, entre la semana 15 y 18 de embarazo. Entiendo que es por esta razón que en España se permite el aborto hasta la semana 22 en casos en que “siempre que exista riesgo de graves anomalías en el feto”, entre otros supuestos. También se puede detectar a través de un análisis de sangre, a partir de la semana 10, aunque estas pruebas son mucho más recientes.
En resumen, diversas estadísticas apuntan a que entre el 70 y el 90% de estos niños son abortados. En 40 años, la población Down ha descendido un 88% en España y se encamina, según las previsiones, a que no nazca ninguno para 2050.
Alguno se preguntará que tendrán que ver los prematuros con los niños con síndrome de Down.
Bebés prematuros son los que nacen antes de la semana 37 (menos de 8,5 meses). Cada año nacen en España 28.000 bebés prematuros, un 7% de todos los partos y la estadística no hace más que aumentar por diversas razones (edad de la madre, embarazos múltiples, etc.).
No todos los prematuros son iguales (según la OMS):
Los que nacen entre las semanas 32 y 37 se les dice prematuro tardío;
Entre las semanas 28 y 32 se les dice muy prematuros;
Antes de la semana 28 es el prematuro extremo.
Para que nos hagamos una idea del peso, con 35 semanas ya llegan a los 2,5 kg, a las 30 semanas pesan 1,5 kg y con 27 semanas, 1 kg.
Se ha conseguido que la supervivencia de los bebés prematuros sea increíble: de los nacidos después de 28 semanas sobreviven el 95% y de los que nacen incluso con menos de 25 lo hace un 60% (en otras fuentes un 50%). Un bebé de 25 semanas pesa unos 700 gr. En diciembre del 2018 en EE. UU. un bebé sobrevivió a pesar de haber nacido con 245 gramos. Salió del hospital en mayo, con cerca de 2,5 kg. Es el récord. No voy a poner la foto de un bebé lleno de tubos y cables, pero esto pesa 250 gramos:

Ahora bien, ¿Qué pasa con esos niños? Los bebés prematuros pueden luego tener problemas de salud como dificultad para respirar, lesiones cerebrales, pérdida de audición o visión, problemas gastrointestinales o cardiovasculares o alteraciones en el movimiento. Incluso hay una mayor tasa de problemas de déficit de atención e hiperactividad. Cuanto más prematuro es un bebé, más probabilidades hay de que se presenten esos problemas físicos y neuronales porque más son los órganos pendientes de desarrollarse: los ojos no se forman hasta la semana 26, el cerebro crece de forma exponencial entre las semanas 27 a 30, los pulmones solo están completamente formados a partir de la semana 35.
Se estima que un 10% de los bebés nacidos antes de la semana 28 tendrán problemas serios, o lo que llaman “disfuncionalidades” importantes y entre los nacidos entre las semanas 24 o 25 la estadística sube a un 30%. Estas estadísticas son orientativas: para obtener estadísticas fidedignas el seguimiento del niño debería hacerse durante varios años. De la misma forma que se consigue sacar adelante a bebés cada vez con menos peso, los avances para que las secuelas sean las menores posibles o ninguna son constantes de la misma forma que las personas con síndrome de Down viven hoy en día más y mejor.
Resulta chocante que la ciencia – y la ley – por un lado, nos permita decidir si un embarazo sigue adelante porque el feto presenta problemas, y por otro la misma ciencia permite que un bebé que hace 20 años hubiese muerto hoy sobreviva, pero quizás con problemas incluso más serios.
Vaya paradoja.
Dedicado a Mari Carmen, la enfermera que mejor cuidaba a los bebés prematuros. De ellos dice que son los pacientes más agradecidos pues renacían a los pocos minutos después de ser tratados. Las ganas de vivir, dice ella.