Esta entrada va de universidades. La universidad, algo elitista hasta los años 70, se convirtió en el principal ascensor social durante unas cuantas décadas y hoy es paso obligado en España para “labrarte un provenir”, pero ya sin ninguna garantía.
Antes de eso hay que pasar por la educación primaria y secundaria, allí donde se deben cimentar conocimientos y actitudes. Hoy hay cierta polémica, enfrentándose la antigua enseñanza basada en la memorización, repetición y fundamentos con una mucho más moderna e introducida por los pedagogos. Hablamos de enseñar a los niños a “aprender a aprender” para a su vez dotarnos de ciudadanos con “competencias multifacéticas, interdisciplinares e integradas” (ministra Celáa dixit).
Estoy totalmente de acuerdo con este concepto que no comprendo, pero ello no ha de ir en detrimento del saber. Por ejemplo, me hubiese gustado pedir a los universitarios españoles que señalaran en un mapamundi la ubicación del canal de Suez antes -e incluso después- de lo del Ever Given y su varada.
Esto va de competencias multifacéticas, interdisciplinares e integradas. Mi generación ha tenido la suerte o la desgracia de tener que adaptarse a los computadores como herramienta de trabajo (el primero lo plantaron en mi despacho con 31 años), luego vinieron las redes, internet, aplicaciones, máquinas virtuales, la nube (todo mentira, los servidores no están en el cielo) para acabar 30 años después haciendo teletrabajo. Pues nos hemos adaptado, sin paracaídas, y no somos multifacéticos, ni interdisciplinares ni integrados. No sé por qué las nuevas generaciones deben tener unas competencias con nombres tan emperifolladas. En realidad, quieren decir que los jóvenes de hoy deben ser curiosos, equilibrados, capaces de motivarse, de tomar riesgos y de pensar por sí mismos, buenos comunicadores, nada perezosos y que no esperen a que se lo den todo hecho. O sea, lo que siempre se ha pensado que deben ser los jóvenes y los no tan jóvenes (por cierto, muchos de los rasgos los he copiado del Bachillerato Internacional que va a hacer la princesa de Asturias en Gales). Y sobre todo knowledgeable, o sea, «que sepan»: entendidos, capacitados, expertos, conocedores, informados, eruditos, etc.
Y de ahí, a la universidad ¿Para aprender qué? ¿Seguimos con las competencias multifacéticas, interdisciplinares e integradas? Vale, pero habrá que aprender un oficio, ¿o no? Porque al fin y al cabo todo son oficios: desde el guarnicionero al ingeniero aeronáutico, desde el agricultor al abogado. Unos manuales, otros teóricos, con resultados tangibles o intangibles. Incluso el de asesor político es una profesión, aunque a veces sean más bien pintores de brocha gorda: “Comunismo o Libertad” o “Estamos en una emergencia democrática” son las últimas genialidades que he oído. Menudos asesores más sesudos.
Volvamos a la universidad. El documental La trama Varsity Blues: Escándalo en la universidad de EE. UU. describe la forma en que algunas familias – mediante comisiones – consiguieron meter a sus cachorros en la universidad deseada, normalmente las de más renombre. En esas universidades solo el 6% de los candidatos logra matricularse. Las universidades en EE.UU. son privadas, carísimas, y salvo que tus padres puedan pagar el coste anual mínimo que ronda los 60.000 $ lo más probable es que tengas que pedir un préstamo a devolver cuando encuentres un trabajo decente, o sea, empiezas tu vida laboral con una deuda. En EE.UU. son las universidades elitistas las que te dan ese relumbrón, ese empujón y las tan ansiadas relaciones, el networking (las 8 de la Ivy league por ejemplo). Ya no es cualquier universidad, son esas, aunque está demostrado que en cuanto a conocimientos – y competencias multifacéticas, interdisciplinares e integradas – estos alumnos no salen mejor preparados que del resto de universidades con menos caché.
En España las matrículas en las universidades públicas son las que son, caras para unos y asequibles para otros, pero no suelen superar los 3.000 €. Las privadas es otro trino: la matrícula en la Universidad de Navarra oscila entre los 10.000 y los 17.000 €, según la carrera. A todo ello hay que añadir la estancia, manutención y gastos asociados si estudias fuera de casa. A este paso acabaremos como en los EE.UU. con sus préstamos; ya sé que me repito con lo de copiar a los del otro lado del Atlántico, pero lo de las togas y birretes ya está instalado en las universidades españolas desde los años 90.
En España la universidad ha pasado de ser una garantía de empleo de calidad a un lugar donde aparcar temporalmente a futuros parados, aparcados a precio de oro. Universitarios conductores de Uber, riders, camareros, operadores telefónicos o en el mejor de los casos a trabajar en el extranjero, donde sí son apreciados. Escuece, pero las cifras son estas, datos del 2019:
- Un 37% de nuestros universitarios trabajan en empleos donde están sobre cualificados (o sea, riders)
- Un 28% están en paro cuatro años después de acabar la carrera.
- Un 8% trabaja en el extranjero. Lo invertido en ellos, por el wáter.
Conclusión: en España, solo un 27% de los flamantes y flamencos universitarios trabajan en “lo suyo”, 1 de cada 4, y me temo que en la estadística se incluyen los becarios. En cualquier caso, obviamos la combinación de palabras “salario” y “decente”. A cada crisis, menos salario, que no se recupera hasta muchos años después. A modo de ejemplo, se estima que un aumento del paro anual de un 1% hace que el salario medio para un joven universitario disminuya un 1,5%. Para que nos hagamos una idea, el paro en España creció del 8 al 27% entre el 2007 y el 2013 (fuente INE), y con el Covid19 ha pasado del 13,8% entre el último trimestre del 2019 al 16% hoy en día. Los mileuristas del 2007 son envidiados hoy en día y la vida es cara, mucho más cara.
Todo esto después de 17 años o más estudiando. Nuestros jóvenes coleccionan grados, menciones, certificados de idiomas o másteres como si fuesen cromos de los antiguos (hoy stickers) que se los pegan en la frente. Los mejor preparados dicen de ellos…para acabar -como siempre- necesitando en la mayor parte de las ocasiones conocer a alguien que te facilite las cosas. No hablo de enchufe, simplemente que alguien dé referencias para al menos ser entrevistado entre decenas, cientos de candidatos.
Otra de las críticas recurrentes es que la mayoría de las universidades no enseñan habilidades útiles para el mundo laboral, eso después de un dineral y al menos 4 años. Tengo ejemplos, muchos. Uno de ellos es el de la compensación de la aguja magnética de los buques y sus fórmulas demenciales que jamás usé ni vi usar. Mejor escribo lo que dijo Ortega Y Gasset: “No puedes educar a tu hijo como lo hicieron tus padres contigo, pues tus padres te educaron para un mundo que ya no existe”. Aplíquese a la enseñanza en general, y a la universidad en particular.
Dedico esta entrada a Miguel y a todos los que estudian y aprenden, por sí mismos, con 25 o con 60 años porque por fin han encontrado lo que les gusta. Hay futuro; unos lo tendrán más fácil que otros, pero siempre hay un camino.
Puede que nuestros millennials “solo” tendrán una vida mejor que sus padres en aspectos sociales, como el ocio, la cultura, el acceso a la información, la libertad, la conciliación o la igualdad de género que no es poco. Se pierde en seguridad de empleo, calidad del trabajo o acceso a la vivienda. Quizá se deban revisar los paradigmas y aspirar a un sistema social menos sustentado en la rentabilidad económica y la desigualdad.
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