Este aforismo lo conocí haciendo la mili en los años 80. Desde el principio de la pandemia me viene a la cabeza una y otra vez.
Los gobiernos que nos desgobernaron no lo hicieron bien… y no me viene a la cabeza ningún ejemplo que pueda reseñar de buen gobierno, unos porque no me fío de las cifras (China, Rusia), otros porque en algún momento la pifiaron (Reino Unido, Portugal) y otros porque la pifiaron continuamente (Brasil, EE.UU.). Los cambios de criterio fueron tremebundos: primero mascarillas no y después sí, y luego cuales. El confinamiento, luego el desconfinamiento, horarios de bares, cierres perimetrales, Navidad no / Navidad sí, número máximo de personas reunidas dentro, en las terrazas o en tu casa, los niños cuentan o no, PCR a la salida y llegada, cuarentenas, un alemán puede ir a Cádiz en avión pero un sevillano no puede coger el coche para ir a la misma playa, y ahora lo de las vacunas y sus grupos por edades, con la vacuna de nombre galáctico, “Astrazéneca”, a la cabeza de la fiesta de la confusión. Yo creo que no he entendido nada desde el principio. Es más, viviendo en Portugal me apliqué el confinamiento español. Vivía sin vivir en mí.
Orden + Contraorden = Desorden. Principio elemental, como los que se pueden encontrar en el libro “El arte de la guerra” de un chino de hace unos 2.500 años llamado Sun Tzu. El libro es perfecto, o sea, corto y de fácil lectura. Libros más profundos me destrozan. Mi capacidad de concentración está muy limitada supongo que como consecuencia de internet y sus contenidos que primero te enganchan y luego te achicharran el cerebro. Como una droga.
“El arte de la guerra” sigue influyendo en el pensamiento militar tanto en Oriente como Occidente y hoy se emplea hasta en las escuelas de negocios. Sun Tzu, sobre el liderazgo y eso de mandar, lo resume en esta sencilla frase: Cuando las órdenes son razonables, justas, sencillas, claras y consecuentes, existe una satisfacción recíproca entre el líder y el grupo.
Este es el libro que he leído: la traducción no es para tirar cohetes, no porque yo sepa chino, sino porque el texto a veces sonaba raro. Un poco a chino.
Hasta Saint Exupéry en Le Petit Prince nos pone un ejemplo de buen gobierno y liderazgo aprovechando la visita del Principito a un rey. Dice el rey:
“Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?
-La culpa sería de usted -le dijo el principito con firmeza.
-Exactamente. Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar -continuó el rey. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.
¿Tan difícil es?
Ahora, con más vacunas de las que pueden poner – no hay mas que ver las colas – y con unas expectativas positivas fundamentadas en los hechos, todos los gobernantes inflan su pechito. Se nos olvidan sus pifias por acción u omisión, por mucho que en ocasiones se escudaran en los expertos. Son profesionales para ganar elecciones; gobernar no es lo suyo, porque para ello ya están los funcionarios: para asesorar, decirles cómo hacer lo que quieren y las consecuencias de sus decisiones.
La pandemia ha salido muy cara: mucha desesperación, niños encerrados en sus casas, muertos amontonados, y miles de historias muy tristes. Ver esta imagen del paredão de Cascais, desierto, cuando normalmente está concurrido como la Concha de San Sebastián un domingo de sol en primavera resulta de película de ciencia ficción. Pero no, la pandemia fue real, muy real.
Dedicado a los que tienen que estar preparados para cuando vuelva a ocurrir. Recordad, Orden + Contraorden = Desorden.

No nos gusta que nos manden. Solo tenemos que preguntar… ¿a que no puedes?. Ergo “if you have the balls” y solemos superarnos.
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