A la mayoría de vosotros os sonará esta imagen:
Luis XVI era guillotinado el 21 de enero (mi cumple) de 1793 en la Plaza de la Concordia, buen nombre para instalar la guillotina. Al evento, por usar una palabra moderna, asistieron unos 10.000 parisinos. La guillotina con la hoja oblicua era de reciente invención, mucho más eficaz. Con ella, la Revolución Francesa – Allez enfants de la Patrie -, decapitó a unas 15.000 personas, 15.000 espectáculos para mantener alto el espíritu y que nadie se saliera del rebaño.
Las ejecuciones públicas se mantuvieron en Europa una buena temporada. En España la última tuvo lugar en Murcia, a una mujer concoda como Josefa “La Perla”, en 1896 (garrote). En el Reino Unido en 1868 (horca), en Francia en 1939 (guillotina), y así el resto de los países. Todavía hoy se dan ejecuciones públicas en Irán, Yemen, Somalia o Arabia Saudita.
Lo de las ejecuciones públicas tenía su cosa: eran ejemplarizantes y a la vez un espectáculo morboso, y sobre todo eran motivo de reunión y festejo gratuito (se instalaban hasta el equivalente de los actuales food-trucks, o sea, las caravanas que preparan tapas, bocatas y sirven bebidas). Los niños no faltaban: para que se les abrieran bien los ojos, no vaya a ser que alguno saliera rana.
Para tener una idea del impacto de las ejecuciones, la asistencia de miles de personas era algo habitual. Se habla de 50.000 personas que acudían regularmente a ver las ejecuciones en la localidad de Tyburn, a las puertas del Londres de entonces. Más o menos donde se encuentra el Marble Arch, en una esquina del Hyde Park. allí mismo está el “speakers’ corner”. En España a la última ejecución, la de Josefa “La Perla”, acudieron unas 30.000 personas.
Tanto morbo y gusto por lo macabro – y la mala leche, por qué no decirlo- no desaparecieron de nuestros cerebros. No sé por dónde anduvieron durante unos 150 años, pero han brotado de nuevo con gran revuelo gracias al anonimato de Twitter y otras aplicaciones. Los comentarios del cuadro de abajo se los hicieron a Cristina Pedroche al publicar una foto en Instagram.
Lo del anonimato es la clave. La chusma, plebe o populacho (toma expresiones despectivas) se arremolinaba alrededor del patíbulo para presenciar la ejecución del reo mientras se comían un bocata, o también le escupían, tiraban verduras o patatas podridas mientras era conducido al cadalso – supongo que las películas tendrán una base histórica. Como entonces no había DNI ni bases de datos pasar desapercibido era relativamente fácil, solo te identificaban por referencias de terceros o si el poli de turno te tenía echado el ojo.
Por tanto, una vez hemos redescubierto el anonimato hemos sacado lo mejor de nosotros mismos y algunos aprovechan para despreciar o insultar a cualquiera, mientras sea famosillo. Yo que tengo un blog desde hace ya bastantes años, además de leerme solo amigos bienintencionados y algún despistado, nadie, nunca, me ha dirigido un insulto. No merece la pena.
En resumen, no hemos cambiado nada.
Dedicado a Maggie Dickson y a Miguel S.
Reseña histórica: Miguel me cuenta la historia de Maggie Dickson, ahorcada en Edimburgo en 1724. Miguel no estuvo allí, pero según parece camino del cementerio del ataúd donde iba Maggie salieron gritos y se escuchaban golpes. Al abrir la tapa vieron que Maggie aún estaba viva. Vuelta para la plaza de Grassmarket, donde el populacho se estaba retirando después de la ejecución. Al ver volver al carro, supongo que con gran alegría – otra ronda de cerveza y wiski – empezó de nuevo el cachondeo.
Un abogado lugareño les fastidió la doble fiesta. Le ley decía que los reos eran condenados a la horca, pero no indicaba “hasta la muerte”. Desde entonces la ley se cambió.
Maggie vivió 40 años más y montó un pub ahora llamado Maggie Dickson’s en esa plaza Grassmarket. Cerca hay otro llamado “The Last Drop”. Un detalle de los escoceses, los reos eran invitados a un último vaso de wiski en ese pub antes de ser ahorcados. Para pasar el mal trago.

«Una sociedad puritana y todo lo contrario, las dos cosas al mismo tiempo. Puritanos y degenerados en la virtud inversa, mentirosos pero llenos de razones».
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