¡Luz, más luz!

Uno de los lugares donde es palpable que en España nos hemos civilizado son los wáteres de los bares. Es palpable porque ya se pueden tocar algunas cosas.

Todos recordamos aquellos aseos de principios de los años 80 – menuda ironía lo de “aseo”–. Allí para acercarse a la taza del wáter necesitabas unas botas de agua, meabas con la puerta abierta porque no había luz y del pestillo quedaban dos tornillos y un trozo de madera desgajado. Entre la falta de luz y -por qué no reconocerlo- la falta de puntería por culpa de la cerveza, aportabas tu gotita a aquella guarrada. Lo del jabón, lavabo y algo para secarte las manos, pues todavía no lo había pensado nadie. ¿Os acordáis de los inodoros turcos? Este de la foto es nuevo…

Algo intuí que lo de España no era normal cuando en uno de mis escasos viajes al extranjero, Francia creo, descubrí en un wáter público que el urinario tenía una mosca pintada en su interior. Sin pensarlo dos veces y siguiendo la atávica costumbre varonil de apuntar la meada a cualquier cosa, con sobresaliente tino dirigí el entonces caudaloso chorro hacia la mosca, con tal ahínco que se me pasó volando el alivio. Salí satisfecho de haber ahogado a la mosca con mi preciso manguerazo adolescente.

Nos fuimos civilizando poco a poco. Ya desde hace muchos años las tazas de wáter ya tienen tapas y todo es de color blanco impoluto, el cuarto de baño está seco y normalmente huele a desinfectante floral; poco después llegó el dispensador de jabón, lavabo y grifo monomando, toallitas de papel para secarte, o incluso esos ruidosos engendros de aire caliente.

Ya podemos ir al baño tranquilos. Un gran paso para la humanidad española…pero el ser humano no deja de pensar, y de inventar cosas que parecen grandes ideas hasta que se descubre su lado oscuro.

El primer problema surge con esas graciosas señales para indicar el aseo de hombres y mujeres. Si vas con prisa y miras solo el de la izquierda, igual te equivocas. Tanta imaginación a veces es peligrosa.

Luego viene el temporizador de la luz. ¿Quién puso un temporizador de 7 segundos en el cuarto de baño? Cada vez que voy al wáter acabo meando a oscuras, o peor aún, agitando el brazo libre, la cabeza o lo que sea (la picha no sirve por indetectable). Te pones nervioso, no atinas, intentas ver en la oscuridad y, como un búho, agudizas el oído para ver si el chorro cae en el agua.

Al acabar, das un paso mientras te abrochas el cinturón y vuelve la luz. Compruebas que todo sigue igual y que tu oído ha guiado con certeza el chorro. Bien.

Buscas el dispensador de jabón, aprietas aquí y allá, hasta que cae algo en la palma de tu mano: últimamente es a veces una espumilla blanca, de escasa consistencia, que se disuelve en la mano sin mayor esfuerzo. Si usas agua, desaparece.

Por último tenemos lo del agua y el grifo, que tiene su aquello.

Primero intentas mover lo que parece un monomando hacia arriba, luego abajo, y a los lados, nada. No sale agua. Pasas la mano por debajo del grifo de lado a lado, primero rápido y luego despacio, tampoco y a la desesperada mueves la mano bajo el mismo de arriba a abajo y ¡por fin! sale agua durante 2 segundos. Tienes que repetir la operación siete veces. Puede también ocurrir que el agua salga con la suficiente fuerza como para salpicarte los pantalones, en plena diana. Horror, al volver acabas dando confusas excusas por culpa de la mancha oscura que tienes en la bragueta. Maldito grifo. No miento si digo que en algún bar o restaurante me he ido sin lavarme las manos: no supe.

Dedicado a Goethe, que al morir dicen que exclamó: ¡Luz, más luz! Un visionario.


2 respuestas a “¡Luz, más luz!

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