El pasado te engaña. Basta con preguntar a los presentes sobre un hecho pretérito para comprobar que los recuerdos no coinciden. Ni quien dijo qué, ni quien estaba, ni el origen de la discusión si la hubo… Una evidencia de esos recuerdos moldeados por el tiempo son las versiones que las parejas tienen sobre recuerdos comunes: es increíble la forma en que divergen. Por experiencia propia, después de tantas discusiones por culpa de la memoria, se debe dar por hecho que la versión ajena es tan válida como la tuya, por mucho que te resulte increíble. Los recuerdos son conglomerados de imágenes, de tu propia imaginación que rellena los huecos, de sensaciones, de tu estado de ánimo entonces y ahora, etc. Lo reconstruimos, y el resultado puede variar tantas veces como lo evocas.
Relacionado con lo anterior, nuestro cerebro es también capaz de crear recuerdos, es decir, si nos cuentan la misma historia varias veces al cabo de los años podemos llegar a creer que estuvimos allí. O creer que en tu infancia viste a Franco en su coche negro paseando por la ciudad. ¿Y si lo que viste fue el NO-DO y ahora crees que esa fue la realidad vivida tras describirlo varias veces? Nuestro pasado puede ser inventado, está demostrado. Son los falso recuerdos.
El pasado es sonrojante cuando vuelve con sus fotogramas y trae esas escenas que hubieses preferido olvidar para siempre. Meteduras de pata descomunales, situaciones ridículas, o aquellas veces que no encontraste la respuesta o reacción adecuada.
Las reuniones familiares sirven para recordar el pasado. A las que ahora asisto o son entierros -que te dan que pensar sobre tu estilo de vida- o son bodas de hijos o sobrinos. Bautizos y comuniones son raros. Con motivo de dichas reuniones alguno de los presentes aprovecha para rememorar con cierta inquina hechos, que o bien tenías olvidados o eran desconocidos. Los protagonistas son aquellos que viven en la obsesión por el pasado y en un eterno agravio. Normalmente uno de los presentes, en “petit comité” y bajando un tanto la voz, suelta un recuerdo corrosivo: Pues, no sé si os acordáis, pero mira lo que me hizo…. A veces incluso señalan con la cabeza al primo, cuñado o tío.
Te dejan descolocado, boquiabierto ¿Mi tío te hizo eso?, pero al cabo de un rato tienes que reaccionar. Por ejemplo, ya lo sabía y me importa un pimiento. O, no lo sabía, pero ahora ya no importa, ha pasado demasiado tiempo y no somos los mismos. O, ¿eso a qué viene ahora? Mirar al pasado debe ser como mirar por el espejo retrovisor cuando conduces: solo unos segundos. Si conduces mirando por el espejo, te estrellas, y si vives mirando al pasado te conviertes en un verdadero sinapismo para los que te rodean.

Me ha resultado curioso el paralelismo entre el pasado y el espejo retrovisor. Sospechaba que no era original, y claro, me he encontrado con el síndrome del espejo retrovisor. En pocas palabras y según lo he entendido, cada vez que te enfrentas a algo nuevo, un reto o una oportunidad, te autolimitas porque basas tu reacción en las experiencias pretéritas. O sea, revisamos rápidamente nuestro espejo retrovisor para evaluar nuestras capacidades pasadas: No, nunca había hecho algo así antes. Nunca he alcanzado ese nivel. De hecho, he fallado una y otra vez. El resultado es que te das por vencido, ni lo intentas.
Sed sinceros, ¿nunca os habéis negado una oportunidad?
Por tanto, del pasado hemos de conservar aquellos recuerdos que nos sirven para reír, sonreir, o al menos que nos provoquen una sonrisa condescendiente: lo imprescindible.
Con asombro descubro, tu escrito lo evidencia, que se puede rememorar el pasado sin hablar de nostalgia, tristeza o añoranza.
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Pues cierto amigo, el problema es que el pasado mos deberia servir para aprender en positivo y en negativo, tristemente el ser humano no sabe de esto y cada vez menos
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