Menudo latinajo. Se puede traducir como “Aunque todos [lo hagan, digan, etc.], yo no”.
Ni San Pedro pudo vencer el miedo y negó por tres veces a Jesús. Y eso que poco antes, en el Monte de los Olivos, jurase y perjurase que él nunca lo haría. Esa es la escena y palabras de Pedro que dan origen a la frase.
Tampoco el pobre Galileo se atrevió a seguir defendiendo las teorías de Copérnico ante la Santa Inquisición en Roma y tuvo que abjurar de la teoría heliocéntrica (“eppur si muove” se dice que dijo, pero seguro que no le oyeron los cardenales….).
No seré yo quien critique a los que ante semejantes circunstancias cambian de opinión. Por eso, aquellos que levantaron la voz ante las injusticias deben ser reconocidos a pesar de las previsibles consecuencias de sus actos y palabras. Son muchos: alemanes que no se plegaron ante los nazis (Johannes Fest o Martin Niemöller), el mismo Unamuno ante los vencedores de la Guerra Civil (España me duele), o muchos actores que durante la caza de brujas de McCarthy y J. Edgar Hoover se negaron a colaborar, como Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck o Katherine Hepburn. El novelista Dashiel Hammet, autor de El halcón maltés, se negó a testimoniar y fue condenado por desacato. Estuvo cinco meses en prisión.
Las personas no somos así. Somos cobardes por naturaleza y son muy pocos los que se levantan y apuntan con el dedo hacia la injusticia. Incluso niños y jóvenes no suelen reaccionar cuando un matón hace la vida imposible a un compañero; peor aún, hay algunos que se apuntan a la fiesta mientras otros lo graban. Malos principios, sin duda.
Todo esto está muy bien. Miramos para otro lado “cuando pintan bastos”.
Lo malo es cuando por avaricia, interés personal, inconsciencia, debilidad de carácter o lo que sea hacemos lo que hacen los demás, aunque esté mal y lo sepamos. Aceptar facturas sin IVA, dar por buenos contratos basura a becarios y empleados temporales o el nepotismo, como es el caso de los familiares contratados por los ministros franceses. La lista es muy larga. Ya dijo Groucho Marx aquello de «Estos son mi principios; si no le gustan tengo otros».
El mejor caso que he encontrado de esta falta de ética y del pensamiento “no voy a ser yo el tonto que diga que no cuando todos lo hacen”, por conocido y ejemplar, son los juzgados y condenados ex-consejeros y ex-directivos de CajaMadrid y Bankia y sus archifamosas tarjetas black.
Se repartieron un total de 86 tarjetas con las que se gastaron más de 15 millones de euros. 82 de ellos las usaron, es decir, el 95,3%. Son cifras devastadoras, deprimentes, que dicen muy poco a favor de la idiosincrasia, en este caso la española.
El resultado final han sido 65 personas condenadas y 17 que se libraron por haber prescrito el delito o por haber fallecido.
Es decir, todos las usaron menos cuatro personas. Cuatro de ochenta y seis que aplicaron aquello de Etiam si omnes, ego non. Chapeau.