Camarero, la cuenta por favor (II)

Resumen del capítulo anterior: Pedro, nuestro bien intencionado y aturrullado Pedro, ha invitado a su enamorada a cenar. Quiere impresionarla pero las cosas no van como esperaba. Ahora están estudiando la carta……..

La muchacha es pura discreción. Lleva un monísimo vestido negro combinado con un pañuelo de vivos colores. Titubea ante la carta.
Ella: “¿Qué puedo pedir?”
Pedro: “Lo que tú quieras.”
Ella: “¿A ti qué te gusta más, los langostinos en salsa africana o las almejas al vapor?”
Pedro (cabezón y ciego): “De verdad, elige lo que más te apetezca. Hoy te invito.” (lo dice con la boca chica mientras mira el precio exorbitante de los langostinos).
Ella: “Pedro, esta carta no tiene los precios puestos. No quiero pedir algo muy caro.”
Pedro: “¿Cómo qué no? Qué tontería. No habrás mirado bien.”

Coge la carta y, sí, es cierto. No tiene los precios. Está visto que en este restaurante siempre pagan los hombres. Pedro es tan torpe, además de cabezón y ciego, que le da la carta con los precios. Ella decide pedir un revuelto de setas.

El camarero mira a Pedro con reprobación y este se encoje en la silla. A Pedro le recuerda la mirada de su padre cuando traía suspensos. Tras 10 minutos de tira y afloja con ella y por no parecer tacaño Pedro pide de todo, incluidos los langostinos.

Tras hacer la comanda, el camarero pregunta por el vino. “Tráigame la carta de vinos” dice Pedro, ufano.
El más barato cuesta 60€. Pedro está lívido, carraspea. ¿Tinto o Blanco? Le pregunta a la muchacha con un hilillo de voz. Mira al camarero pidiendo socorro.
“¿Quizás el caballero prefiera el vino blanco de la casa, verdejo, que  marida perfectamente con lo que han pedido?” Si, si, si casi grita Pedro, aliviado.
Ella, susurrando: “No le has preguntado lo que cuesta”.
Pedro: “No importa. Hay que dejarse guiar por el camarero en tema de vinos. Además los vinos de la carta no me gustaban mucho.” No conocía ni uno. Ni le sonaban.

Tras probar el vino después de darle doscientas mil vueltas en la copa, salpicar el mantel y atragantarse, Pedro se relaja. Va todo bien, piensa.
Ella está preciosa, sonriente y relajada.
Llegan los langostinos. Tanto stress le ha dado un hambre canina. Pedro coge uno por la cabeza. Cuando se apresta a arrancársela de cuajo ve con pavor como ella empieza a pelar un langostino con los cubiertos.
Pedro queda petrificado. Nunca ha pelado un bicho de esos con los cubiertos. No va a disfrutar, ni podrá chuparse los dedos. Duda. ¿Qué hago?
Se vuelve a equivocar: el langostino es resbaladizo como un jabón, se escurre cada vez que intenta clavarle el tenedor. La salsa no ayuda. El plato es una pista de patinaje. Pedro no se atreve a levantar la vista, convencido de que el camarero y ella están observando como se pelea con el bicho.
Por fin, lo ensarta con la pala de pescado por el morrillo (no sabe cómo lo ha hecho) y aprieta a fondo. Un chorro de jugo de langostino y salsa africana sale disparado de su plato cayendo de forma certera sobre el pecho de ella. El vestido negro muestra todo un “gotelé” de manchas rosas, desde el hombro hasta el escote. Una gotita de salsa le corre por el canalillo, descendiendo lentamente. “¿Te he hecho daño?” Acierta a decir él.
Ella: “No, no quema.”
El camarero acude raudo con el cebralín. Ella sonríe aliviada y coloca los polvos sobre las manchas. Blanco sobre negro.

Transcurre el minuto más eterno que Pedro recuerda. No sabe qué decir, y ella, tras beber un sorbo de vino, continua comiendo langostinos como si tal cosa.
Por primera vez desde el inicio de la cena, Pedro toma la decisión adecuada: se pone a pelar el langostino con la mano. Se da cuenta de que lo que le gusta es eso, y chuparse los dedos. Y chupar la cabeza del langostino. Hasta unta pan en la salsa. Es ahora cuando disfruta. Se le nota.
Ya se ha podido quitar la impostura y puede mostrase como es, torpe, pero no tanto.
Pedro: “Recuerda que otro día, en privado, me tienes que enseñar a pelar langostinos con los cubiertos”. Sonríe.
Ella: “No te preocupes. Te voy a enseñar cosas que no sabes ni que existen.”

Aunque semejante respuesta le puso otra vez cara de pazguato ya no volvió a pifiarla en toda la cena. Pagó religiosamente el facturón, y sonriendo, le dio una generosa propina al camarero.
Esa misma noche comprobó que el cebralín hace milagros.

Dedicado a todas las mujeres, en su día 8 de Marzo.


4 respuestas a “Camarero, la cuenta por favor (II)

  1. No está mal la historia, divertida. Ahora bien, una pregunta. Es simplemente curiosidad: ¿por qué te gusta tanto contar historias o describir situaciones, ya sean reales o ficticias, en las que el hombre aparece siempre como torpe, zoquete, despistado… y la mujer como eficiente, hábil e inteligente?

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    1. Buena pregunta. Lo que publico normalmente surge de un hecho concreto (noticias, etc.) y de esa idea creo un relato. En este caso, la cena fue un caso real de un amigo hace muchísimos años, más de 25, de la cual nos seguimos riendo. Solo un par de detalles se corresponden con lo que ocurrió, lo demás son adornos.
      En cualquier caso creo que es más fácil hacer humor con el sexo masculino: es un poco más primitivo.

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