Alabar en público, corregir en privado. Eso me lo enseñaron como un dogma hace muchísimos años y siempre lo consideré acertado. Hoy no lo veo así, sobre todo en el trabajo.
Recientemente se lo comenté a un colega francés y me correspondió con un artículo de Le Monde del año 2013 titulado «Louange fatale», escrito por Annie Kahn. En ese artículo se desmontaba dicho dogma incidiendo en el efecto del halago en los compañeros. Crea envidias y algunos o muchos de los presentes se preguntarán si ellos no lo merecen más que el «pelota» de Pérez. El que esté libre de pecado que levante el dedo, especialmente en España, país muy envidioso.
La corrección en muchos casos debe ser pública: en caso de mala educación o falta de respeto debe ser inmediata. En los procesos de revisión de actuaciones o decisiones pretéritas está claro que el objetivo es obtener lecciones aprendidas para ser compartidas por el grupo. Al final siempre se sabe quién se equivocó. O sea, que la corrección puede que no sea sólo en privado.
Volviendo al halago público y la idiosincrasia española, no dejo de pensar en la envidia y en nuestra forma de trabajar. Los estudios realizados por Hofstede reflejados en su libro «Cultures and Organizations, Software of the Mind» sirven para analizar la actitud en el trabajo según la nacionalidad, dividiendo los factores culturales en cinco dimensiones. Cada dimensión se puntúa de 0 a 100. Para más información puede consultarse la web
Como conclusión, en España la regla debe aplicarse al revés: nunca halagues en público, y si chorreas a alguien, que se enteren todos. Sus colegas le compadecerán y ayudarán.