Leer no solo ayuda a entender lo que ocurre a nuestro alrededor; también es un ejercicio de humildad. Es un ejercicio de humildad porque nos damos cuenta de que mentes privilegiadas fueron capaces de alertarnos, hace 200 años, de lo que podía ocurrir con las democracias y la sociedad.
En 1835 Alexis de Tocqueville escribió “La democracia en América” después de su viaje a los EE.UU. Entonces el jovenzuelo Alexis tenía 30 años y además de aristócrata, era juez.
Libro extenso y difícil; como me costó entender la mitad del libro no puedo hacer un resumen; pero sí puedo reproducir aquello que entendí y que me llamó la atención sobre una “mala” democracia. Sus características son:
- Individualismo fruto de la obsesión por lo material (consumismo como enfermedad); que conlleva soledad y un concepto de familia reducida a su más mínima expresión (ver diario El Mundo o la noticia sobre el Ministerio de La Soledad en el Reino Unido);
- Relaciones humanas basadas en lo que se puede obtener de estas (o sea, el “networking”);
- Sociedad igualitaria donde el único elemento diferenciador sea el dinero (tanto tienes tanto vales);
- Como consecuencia no se estudian humanidades, historia o filosofía: solo se buscan saberes prácticos y útiles cuyo resultado sea el beneficio inmediato. En España, la rama de Artes y Humanidades representa el 10% de las matrículas universitarias;
- Los problemas se solucionan de forma más o menos sencilla: basta con tiempo y esfuerzo para encontrar soluciones prácticas, técnicas.
- La dominancia de los manufactureros (hoy se les llamaría multinacionales) en todo el ámbito social;
- La política ya no tendrá sitio porque los problemas complejos –los sociales y políticos- no tienen solución inmediata (pobreza, paro, inmigración, especulación, vivienda, etc.);
- Todo el mundo cree tener la solución a esos problemas. Aparece el síndrome del “taxista”: soluciones fáciles a problemas complejos. Como diría un taxista, “yo el problema del tráfico lo soluciono en dos patadas”; y por último
- La tiranía de la mayoría. Nadie se atreve a contradecir la opinión pública; los que dedican dos minutos a pensar, a leer, a crearse un criterio fundado son una excepción. Entonces se produce un hecho increíble: todo el mundo está de acuerdo; y el que dude o discrepe será señalado y reconvenido de forma inmediata.
Hay demasiadas reseñas en internet sobre Tocqueville para añadir otra, o repetirme. Su idea de la organización política – y en el fondo da igual que sea monarquía, república o cualquier otra – se basa en dos conceptos: igualdad y libertad, entendidas ambas como elementos complementarios y a veces antagónicos.
La igualdad es un concepto fácil de entender, matemático (x = y). Raza, religión, sexo, apellidos, origen, acento, etc. no pueden ser causa de diferenciación, sea positiva o negativa. Ese concepto lo compramos todos. También es verdad que desde la Edad Media la tendencia es imparable; las sociedades son más igualitarias, en papel y en la realidad.
El otro elemento es la libertad. Para Tocqueville la libertad no puede definirse. Para él la libertad es como el amor, un sentimiento, algo que debe recomenzar todos los días. Como en el amor, no vale el “te quiero” dicho en 1995. Es una sensación. Además existen distintas percepciones de libertad según el origen o país, no es un concepto homogéneo. Si no se ha sentido, no puede explicarse.
Para Tocqueville la medida en que esos dos conceptos se entrelazan en la sociedad define el resultado de esta. El exceso de libertad generaría una sociedad sin estructura, sin estado.
Una sociedad en donde domine la igualdad se convertiría en un despotismo democrático. Los ciudadanos serían súbditos, cada vez más aislados, sin criterio propio, obsesionados por lo material, y en donde el que no piensa como los demás tiene problemas. En resumen, un estado en donde las personas sean siempre niños. Es un despotismo de carácter intelectual, inmaterial. El poder de la mayoría podría lograr desactivar el potencial crítico y la eficacia política de la participación en el espacio público; se malograría así ese activismo público-político que constituye una de las premisas ventajosas de la democracia. En el despotismo democrático no se puede cambiar al tirano, hay que cambiar a las personas, por dentro.
Muestra de ello es lo que ocurre en algunas revueltas y revoluciones: cuando hay que acabar con un tirano se asalta el palacio presidencial. Hoy en día, lo que se asaltan son los supermercados y vemos salir a la gente con televisores.
La solución, o soluciones, se encuentran en el segundo tomo de la misma obra. Pero no me la he leído.
¿Será Singapur la sociedad de la que Tocqueville nos previene? Da un poco de miedo…
https://www.elconfidencial.com/mundo/2018-07-05/singapur-ciudad-mas-segura-mundo_1587432/
Qué poco hemos aprendido y cuanta soberbia e ignorancia hay por ahí suelta
Me ha gustado mucho Germán
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