Todos conocemos casos de personas que después de defender una idea o ser inflexible en cuestiones simples, de repente, dicen o hacen lo contrario de lo que siempre dijeron.
Cambiar de opinión es difícil porque es reconocer que lo que defendíamos anteriormente estaba errado o simplemente era pura cabezonería. Normalmente se cambia de criterio de forma disimulada: nadie hace propaganda de la mudanza por mínima vergüenza torera.
En realidad nuestras opiniones están basadas normalmente en creencias más que en hechos objetivos. Cuando nos llegan informaciones que ratifican esa creencia, la metemos en el zurrón para usarlas cuando sea preciso. Caso contrario, negamos la información rebatiéndola de cualquier forma (rechazando la fuente, pidiendo más datos o negándolo simplemente). La última frase suele ser “porque es así, y punto”. En resumen, no son los hechos los que construyen las creencias, sino que son nuestras creencias las que nos hacen fijarnos en determinados hechos.
También he advertido que el que se enfada mucho en una discusión e incluso grita es muy posible que no esté muy seguro de estar en lo cierto. Esto se suele dar en opiniones heredadas o copiadas, y no fruto de la propia reflexión y documentación.
Esta mudanza también depende de la experiencia personal, circunstancias, hoy en día siempre cambiantes, y necesidades. En esto último no nos vayamos a engañar: ante circunstancias difíciles nuestro criterio puede adaptarse a lo que convenga. En relación con las situaciones cambiantes, lo que antes era pura teoría – por ejemplo, me gustan los distintos y no soy racista – puede no ser tan evidente si en tu ciudad la inmigración se dispara y ves gentes de otro color o costumbres por todas partes. Y ya no digamos si tus propias tradiciones y rutinas se ven afectadas. “Hasta ahí podíamos llegar”, dirán algunos.
Siempre pongo como ejemplo mi ciudad natal de San Sebastián. En los años 60 había un policía municipal negro. Creo que era de la Guinea Ecuatorial, provincia española hasta 1968. A todo el mundo le hacía gracia; era anecdótico y daba un punto de color. Seguro que hizo de Baltasar durante unos cuantos años. Pero con los andaluces y extremeños –los maketos- no éramos tan cariñosos (sugiero leer el libro de Raúl Guerra Garrido “Cacereño”, del año 1970).
El asunto de los perros también es divertido. He tenido perro desde hace 25 años de forma más o menos continua, hasta tres (un chucho, un Huski y ahora un Briard, por ese orden). He conocido todo tipo de opiniones sobre los perros: desde cachondeos por el tiempo que se les dedica a rechazo hacia los mismos, de forma un tanto despectiva, cuando se les acercaba el perro.
He tenido incluso que sacar a mi perro de casa para que alguien pudiera visitarme. Esa misma persona que odiaba todo lo que oliera a perro ahora dice que su perra es su mejor amiga y que la prefiere antes que a cualquier persona. A esa perra le encanta la mierda (sí, se la come), se mea donde le da la gana y tiene ese ladrido agudo propio de los pequeños perros maleducados. Una joya, vamos.
Este ejemplo me lleva a decir que semejante cambio resulta inaceptable. No se puede ser un talibán público, proselitista y vocinglero defendiendo el aborto o rojo de los de quemar iglesias o favorable a la pena de muerte o ultra-ecologista y tener la misma actitud – un fanático coñazo– al cabo del tiempo pero defendiendo lo contrario.
Por último, he der recordaros que también es lícito no tener una opinión. El martilleo de los medios de prensa es además tan simplista (todo es cuestión de buenos y malos) y reiterativo que a veces me da la impresión de que la “opinión pública” es la que se publica, y no la de las personas. Llegamos a conclusiones y opiniones que vienen ya formateadas. Hay que ser prudentes y tratar de ver la situación desde varios puntos de vista, o sea, escuchar. Y cuando uno no sabe, pues eso: “No sé: desconozco el asunto.”
Como dice mi colega portugués Antonio, “A natureza deu-nos duas orelhas e uma só boca para nos advertir de que se impõe mais ouvir do que falar.”
Cierto. Muy bueno. En España estamos educados a replicar y cuando habla otro en vez de escuchar sus razones lo que solemos hacer es tener preparada la contestación. ..
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Y yo el primero. Soy un desastre escuchando.
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