El arte de la retórica, de la dialéctica y sus trampas: las falacias

Siempre me han admirado las personas que son capaces de convencerte de una cosa y de lo contrario. Verbalizan ideas de forma sencilla, sin titubear y destrozan tus bienintencionados argumentos. Solo cabe aceptar sus argumentos, enfadarse y dar una patada al tablero, cambiar de tema o soltar alguna falacia.

Retórica, según el diccionario de la RAE en su cuarta acepción es el Arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover. Aristóteles ya escribió un tratado sobre ella y la dialéctica, y tuvo una enorme influencia durante siglos. Hasta antes de ayer.

La retórica tiene que ver con el discurso, mientras que la dialéctica tiene más que ver con la conversación. En cualquier caso, se trata de convencer sin pegar palos, de forma elegante y comprensible.

La retórica y dialéctica se estudiaban como ciencia hasta bien entrado el siglo XIX. Hoy tienen mala fama por el abuso que hacen de ella muchos personajes públicos, en especial de la esfera política y del fútbol. Ambos son equivalentes. Por ejemplo: “hasta que no pita el árbitro no acaba el partido”, somos once contra once”, lo importante es que gane el equipo, no importa que yo meta goles” o “respetamos la sentencia, pero…”, “esa es una línea roja que no vamos a cruzar” (los políticos son todos daltónicos), o, por último, “España se rompe” (ni que fuese una porcelana china).

Todo lo anterior me arrastra hacia el concepto de las falacias, los trucos empleados por los que hablan en público, discuten o simplemente charlan. Falacia es una argumento que parece válido, pero que no lo es. Las falacias te las tragas como verdades porque vienen envueltas en un halo de certidumbre, pero son una mera engañifa de la lógica.

Hay algunas falacias muy conocidas, como la llamada ad hominem. En este caso se ataca a la persona o al grupo para invalidar su argumento. Estas son de libro:

¿Cómo puede usted hablar de corrupción si cuando ustedes gobernaban cada día descubríamos un nuevo caso de corrupción?

Las mujeres no saben conducir. Seguro que el accidente fue su culpa suya; iría pisando huevos.

Otra que se emplea de forma sistemática es la llamada ad nauseam, que como su nombre indica, acaba produciendo náuseas. ¿Por qué? Porque se repite constantemente hasta que te cansas, te aburres, o se te olvida el asunto principal. El mensaje puede ser cierto o no; eso no importa. Un par de ejemplos:

La mayoría de los delincuentes son extranjeros.

España nos roba.

Goebbels sabía mucho de este truco: “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá.”, o “Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad.”

La falacia de la pendiente resbaladiza tiene un nombre muy acertado. También es conocida como Bola de nieve, deslizante o efecto dominó. A ver si la pilláis:

El aborto es peligroso y tiene efectos psicológicos terribles en la madre, los suicidios están aumentado, y está haciendo que se inunde España de extranjeros. No se debe permitir el aborto.

Limitar la velocidad en carretera es absurdo; en Alemania no lo hacen, no está demostrado que disminuyan los accidentes y lo que tienen que hacer es mejorar las carreteras.

Luego está la falacia ad populum. Lo que dice la gente. Porque lo dice todo el mundo. Todos los españoles no pueden estar equivocados. Todo argumento que comience así es una falacia ad populum.

La mayor parte de la gente del planeta cree en algún dios, y no se conocen entre sí. Eso no puede ser coincidencia: Dios debe existir.

España tiene de los mejores sistemas sanitarios públicos del mundo. Así está reconocido por todos los españoles y por los turistas que nos visitan.

La falacia del hombre de paja la usamos continuamente. Se trata de ridiculizar el argumento, sea exagerándolo, ridiculizándolo o llevándolo al absurdo. Suena así:

A la ley de protección animal de Podemos solo le falta preocuparse de los gusanos que usamos para pescar. Hay que ver lo que sufren cuando los ensartamos en el anzuelo.

Los veganos son unos marranos (y te quedas tan ancho).

La falacia de la causa falsa también es un recurso muy utilizado. Consiste en utilizar un hecho real para concluir otro que podría estar relacionado, o no.

La invasión de Ucrania provocó la escasez de materias primas y productos agrícolas por lo que ha provocado una enorme inflación (lo cual me suena a distribuidores y productores inflando precios aprovechando la coyuntura, Europa llego al invierno de 2023 con los depósitos llenos de gas natural, no cabía ni un m3 más).

La calvicie que parece normal es una enfermedad en Europa, casi todos son calvos, y esto es por las cosas que comen, mientras que en los pueblos indígenas no hay calvos, porque no comemos otras cosas. (Evo Morales, durante su mandato como presidente de Bolivia, y también se despachó contra los pollos hormonados – provocan homosexualidad en los hombres – y la Coca-Cola, que provoca diarrea, por eso sirve para desatascar (No me lo invento)).

Un último ejemplo que me encanta, como la de ad hominem, es la falacia del falso dilema. Se contraponen dos soluciones, pero estas no son las únicas ni exclusivas. Se plantea un dilema cuando no hay tal.

No hay alternativa: o amnistía o continuar con el conflicto (catalán, claro).

Está también la famosa falacia de o nosotros o el caos, aunque lo mejor es la respuesta del orador a la elección de la gente (portada de la revista Hermano Lobo, 1975).

Notad que hay muchísimos tipos de falacias, he contado unas 40, se han escrito libros, están agrupadas por categorías, etc. Como siempre, ya está todo escrito y repensado, pero me llama la atención la poca gracia y dominio argumental de los que se atreven a subirse a un estrado, a dar ruedas de prensa, o se asoman a la tele o vociferan por la radio para soltar sus “análisis”, plagados de FALACIAS.

Dedicado a los que dominan el arte de la retórica y de la dialéctica, porque de ellos es el mundo.


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