Los ofendiditos

En inglés se les dice snowflake (copo de nieve), aquí ofendiditos. El nombre se las trae. En sí mismo, ofende.

¿Quiénes son los ofendiditos? Son aquellas personas que, ante cualquier broma, palabra, etc. rápidamente emiten un juicio de valor, reprobando, criticando o directamente insultando al autor. Abundan en las redes sociales, porque cara a cara es más difícil ser tan simple.

Por hacer un poco de historia, en Marzo de 2016 (No confundir el culo con las témporas) ya comenté sobre  lo empáticamente correcto, el evitar molestar, en suma, la auto censura. Incluyo un extracto:

Como España es experta en copiar todo lo malo, sobre todo si viene de los EE.UU., me temo que pronto daremos un paso adelante y de lo políticamente correcto pasaremos a lo “empáticamente correcto”. Dos artículos recientemente publicados sobre el tema (“empathetic correctness” en 2014 y en 2015) describen que la sensibilidad a las “micro-ofensas”, sean de carácter sexual, religioso o racista, es tan alta ya que cualquier comentario puede ser considerado digno de reprobación. De hecho, en los EE.UU. se está entrando en una fase de autocensura reforzada por el efecto de las redes sociales, capaces de destrozar la imagen de una persona en cuestión de horas.

En los EE.UU. se consideran no adecuados libros como “Las aventuras de Huckleberry Finn” (Mark Twain), “La llamada de lo salvaje” (Jack London), “Las uvas de la ira” (John Steinbeck) o “El Gran Gatsby” (F. Scott Fitzgerald) por ser racistas, violentos, decadentes o sexistas, etc.

Te lo dije. Los ofendiditos ya están aquí. Empezaré con un ejemplo muy, muy tonto.

Una concursante de OT, mientras hablaba, dice la palabra arreglada en el sentido de “acicalar, engalanar” (tercera acepción del DRAE). De repente se para y comenta «No me gusta la palabra ‘arreglada” explicando que da a entender «como que había algo mal y me he arreglado». Los profesores de la academia y sus colegas le aplauden. ¡Gran idea, qué profundidad!

A esta chica y a los demás hay que explicarles lo que es el contexto y que algunas palabras pueden tener más de un significado. Igual ya no se puede decir “me gusta tu falda” porque alguien va a pensar que le estás llamando vaca por su bonita barriga.

vaca

Sobre el humor y las palabras me remito a dos ideas que deben prevalecer:

  • Como muy bien decía un señor que por desgracia ya no está, “no es el qué te digan, sino el cómo”, y
  • también escuché hace muchos años que no es cuestión de reírse de uno mismo, sino de aceptar que se rían de uno.

En el fondo, no somos tan importantes.

Andaluces, catalanes, vascos, gallegos, madrileños, etc., por la misma regla de tres, podrán saltar y quejarse de los chistes de andaluces, catalanes, vascos, gallegos y madrileños. Y lo mismo se puede aplicar a feos, calvos, cojos, tartamudos, gangosos, ingleses, franceses, alemanes, rubias, mujeres, bajitos, hombres, pueblerinos, homosexuales, lesbianas, muertos, enfermos, políticos, curas, monjas, médicos, abogados, cornudos y marinos (la viñeta es de Jan Sanders).

sander

Ayer mi hijo de 10 años demostró tener un sentido del humor especial. Y supo reírse de sí mismo, con nosotros. Debido a su enseñanza trilingüe anda escasito de vocabulario y lo sabemos todos, él el primero (aunque la suma del conjunto quizás sea superior a todo mi vocabulario). Estábamos cenando y su hermano mayor trataba de buscar una palabra; y no le salía. Entonces dice el pequeño: “Dímela en inglés que yo la traduzco”.  Eso es sentido del humor…y optimismo.

Otra fuente de humor es Cádiz y su Carnaval. Todavía recuerdo cuando a la alcaldesa Teófila Martínez, fea con avaricia, le cantaban: “Teo, Teo, Teo, hasta el nombre lo tienes feo” con ella en un palco. A tragar con una sonrisa.

Menos mal que quedan programas como Ilustres Ignorantes,

 

O programas de radio como La Vida Moderna de la Cadena Ser

Bueno, a seguir trabajando como un negro (o un chino).

Dedicado a Alberto y a la magnífica majá (mojón, mocordo, cagada) que nos encontramos plantada en mitad de la acera del puente del Kursaal hace 40 años. Me hizo pasar unos 20 minutos inolvidables por la cantidad de imprudentes transeúntes que la pisaban. Y eso que entonces no había móviles. Todavía me río.


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